La Habana (Prensa Latina) Entre películas como El nacimiento de una nación (1915), Lo que el viento se llevó (1939), Tennessee Johnson (1942) y Dioses y generales (2003), existen muchas diferencias en cuanto a géneros, tramas y recepción del público.
Por Martha Isabel Andrés
Editora jefe de redacciones políticas de Prensa Latina
Sin embargo, un elemento en común destaca en todas de ellas, pese a que las rodaron en momentos diferentes, a veces con décadas de separación: estar centradas en la Guerra Civil de Estados Unidos y, más específicamente, seguir la línea narrativa de la llamada Causa Perdida de la Confederación.
Tal conflicto bélico, también conocido como Guerra de Secesión (1861-1865), es uno de los momentos más estudiados de la historia del país norteamericano y, del mismo modo, abordado en el cine en numerosas ocasiones.
En total, se contabilizan más de 700 películas ambientadas en el periodo, muchas de las cuales producidas a través del lente de esa mitología difundida por el sur derrotado y cargadas de simbologías y tergiversaciones en torno a la contienda y sus protagonistas.
Diversos estudiosos coinciden en señalar que, tras el fin de la guerra en la que se enfrentaron los territorios norteños de la Unión y los estados del sur reunidos en la Confederación, el relato en torno al desarrollo de ese conflicto quedó mayoritariamente en manos de estos últimos, aunque fueron los derrotados.
De hecho, el término de Causa Perdida quedó acuñado de forma muy temprana, pues solo un año después del fin de los acontecimientos, un hombre llamado Edward A. Pollard publicó el libro The Lost Cause: A New Southern History of the War of the Confederates (La causa perdida: una nueva historia sureña de la guerra de los confederados), considerado como la primera historia prosureña luego del conflicto.
A ese texto le siguieron muchos otros con una línea similar, lo que llevó a que la expresión de Causa Perdida pasara a emplearse para denominar a ese imaginario colectivo.
LA HISTORIA NARRADA POR LOS VENCIDOS
Desde la etapa conocida como la Reconstrucción, un periodo convulso que se prolongó hasta 1877, los derrotados pretendieron conservar su influencia política y económica, al tiempo que desarrollaron una interpretación de la contienda diferente a la de sus rivales.
Aunque existe un consenso entre los historiadores de que la esclavitud fue el tema fundamental que condujo a la guerra, aún sigue extendida en una parte no despreciable de la población norteamericana la idea de que el conflicto se debió en primera instancia a discrepancias sobre los derechos de los estados, lo cual puede explicarse, en buena medida, por la influencia de la mencionada narrativa.
Mediante la Causa Perdida, cuya difusión coincidió con las leyes Jim Crow que propugnaban la segregación racial y con el auge del Ku Klux Klan (KKK), se describió la lucha de los territorios secesionistas como un hecho heroico en el que los soldados se entregaron en el campo de batalla, pese a enfrentar una derrota segura por su inferioridad en número y recursos.
La Enciclopedia de la Fundación Virginia para las Humanidades califica esa expresión ejemplo importante de memoria pública, en la que la nostalgia por el pasado confederado va acompañada de un olvido colectivo de los horrores de la esclavitud.
Un artículo publicado en el proyecto Learning for Justice advierte que esa interpretación del conflicto se difundió, en parte, porque el racismo estaba impregnado por igual en el norte y en el sur, y tanto los exconfederados como los exunionistas querían dejar atrás la guerra.
Mientras los primeros sacaron efectivamente a los afroamericanos de la ciudadanía y consagraron su nuevo estatus en las leyes de Jim Crow, los segundos dieron la espalda a los negros y dejaron que las Jim Crow tuvieran lugar, apuntó el texto, titulado Getting the Civil War Right (Entender bien la Guerra Civil).
Según ese material, desde 1890 hasta aproximadamente 1940 la versión de los hechos defendida en la Causa Perdida dominó en Estados Unidos, y esa cosmovisión marcó desde los libros de texto hasta la cultura popular.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVû
De todas las obras basadas en la narrativa de la Causa Perdida, ninguna alcanzó un impacto cultural y una aclamación tan grande como la película Lo que el viento se llevó, adaptación de la novela homónima publicada en 1936 por Margaret Mitchell que dirigieron varios cineastas, entre ellos Victor Fleming, pero tuvo como su principal impulsor al productor David Selznick.
Considerado el filme más taquillero de la historia si se tiene en cuenta la inflación (ingresó más de 400 millones de dólares en su lanzamiento y posteriores reestrenos), se ubica también entre las listas de las mejores películas de todos los tiempos.
Ello reconoce los innegables valores artísticos de un trabajo que recibió ocho premios Oscar, incluido el de Mejor actriz de reparto para Hattie McDaniel, la primera persona afroamericana en recibir tal galardón.
La cinta de casi cuatro horas de duración, majestuosa desde el punto de vista técnico y estético, sedujo con un reparto magistral encabezado por los electrizantes Vivien Leigh en el papel de la controvertida y provocadora Scarlett Oâ€ÖHara y Clark Gable como el cínico y seductor Rhett Butler, y con una trama que mezclaba el romance y la épica bélica.
Pero, más allá de sus cualidades formales, promueve la engañosa retórica confederada de una forma tan abierta y alarmante que no solo provoca fuertes condenas al calor de las revisiones más contemporáneas, sino que, incluso en el propio momento de su realización y estreno fue objeto de críticas y controversias.
Desde su inicio, busca introducir al espectador en un mundo añorado y perdido, que dio paso a una etapa de guerra y reconstrucción protagonizada por valientes sureños blancos, esclavos devotos y norteños malvados.
En Lo que el viento se llevó, el sur blanco sufre en defensa de lo que considera noble. El costo humano de la guerra se refleja en muchas ocasiones a través de las imágenes de soldados lesionados y fallecidos, o las noticias sobre familiares y vecinos de los Oâ€ÖHara que mueren durante el conflicto.
La impactante escena donde aparecen cientos de heridos en la estación de ferrocarriles de Atlanta, mientras ondea una bandera confederada, muestra a las numerosas víctimas de la guerra y, al mismo tiempo, busca crear antipatías contra los norteños, vistos como agresores.
La mayoría de los civiles blancos expresan una y otra vez su devoción por la Confederación, y el personaje de Ashley Wilkes representa el máximo ideal de joven confederado, valiente y honorable, lo cual esconde el hecho, más explícito en el libro y velado en la película, de que era un miembro del KKK.
Un artículo publicado en la revista The Crisis de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) apuntó en esa etapa que en el texto de Mitchell brotaba «el conocido veneno blanco del sur contra los negros y los yanquis».
Criterios de ese tipo y presiones de grupos de derechos civiles llevaron a que Selznick moderara en la cinta parte del racismo presente en el libro.
En años recientes, el largometraje fue sacado de la programación de algunos cines y retirado de una plataforma de streaming para reincorporarla posteriormente con información complementaria sobre el contexto de la obra y denuncias acerca de sus prejuicios raciales.
Varias figuras públicas en Estados Unidos, mayormente conservadoras, expresaron su desacuerdo con esa decisión y la calificaron de censura.
Sin embargo, el esfuerzo de acompañar la cinta con explicaciones especializadas acerca de la Guerra de Secesión puede resultar muy útil si se tiene en cuenta el modo en que la película ha moldeado la visión de los espectadores dentro y fuera de Estados Unidos acerca de ese conflicto.